Todos los cuentos de los hermanos Grimm by Jacob; Wilhelm Grimm

Todos los cuentos de los hermanos Grimm by Jacob; Wilhelm Grimm

autor:Jacob; Wilhelm Grimm
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Cuento, Infantil y juvenil, Fantástico
editor: eBook's Xibalba
publicado: 2013-08-15T07:00:00+00:00


Un día, desde su cabaña, vio a tres bandidos que reñían y les gritó:

—¡Dios sea con vosotros!

Ellos interrumpieron la pelea; pero como no vieron a nadie, la reanudaron con mayor furia que antes; la cosa se puso realmente peligrosa.

Volvió él a gritarles:

—¡Dios sea con vosotros!

Suspendieron ellos de nuevo la batalla; mas como tampoco vieran a nadie, pronto la reanudaron y él les repitió por tercera vez:

—¡Dios sea con vosotros!

Y pensó: «He de averiguar lo que les pasa». Dirigióse, pues, a los combatientes y les preguntó por qué se peleaban.

Respondió uno de ellos que había encontrado un bastón, un golpe del cual bastaba para abrir cualquier puerta; el otro dijo que había encontrado una capa que volvía invisible al que se cubría con ella; en cuanto al tercero, había capturado un caballo capaz de andar por todos los terrenos, e incluso de trepar a la montaña de cristal. El desacuerdo consistía en que no sabían si guardar las tres cosas en comunidad o quedarse con una cada uno.

Dijo entonces el hombre:

—Yo os cambiaré las tres cosas. Dinero no tengo; pero sí otros objetos que valen más. Pero antes tengo que probarlas, para saber si me habéis dicho la verdad.

Los otros le dejaron montar el caballo, le colgaron la capa de los hombros y le pusieron en la mano el bastón; y, una vez lo tuvo todo, desapareció de su vista. Empezó entonces a repartir bastonazos, gritando:

—¡Haraganes, ahí tenéis vuestro merecido! ¿Estáis satisfechos?

Subió luego a la cima de la montaña de cristal y, al llegar a la puerta del castillo, encontróla cerrada. Golpeóla con el bastón, y la puerta se abrió inmediatamente. Entró y subió las escaleras hasta lo alto; en el salón estaba la princesa, con una copa de oro llena de vino ante ella. Pero no podía verlo, pues él llevaba la capa puesta.

Al estar delante de la doncella, quitóse la sortija que ella le pusiera en el dedo y la dejó caer en la copa; al chocar con el fondo, produjo un sonido argentino.

Exclamó la princesa entonces:

—Éste es mi anillo; por tanto, el hombre que ha de redimirme debe de estar aquí.

Buscáronlo por todo el castillo, mas no dieron con él. Había vuelto a salir, montado en su caballo, y se había quitado la capa.

Cuando las gentes del palacio llegaron a la puerta, lo vieron y prorrumpieron en gritos de alegría.

El hombre se apeó y cogió del brazo a la princesa, la cual lo besó diciéndole:

—¡Ahora sí que me has desencantado! ¡Mañana celebraremos nuestra boda!



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